Columna de Eduardo Muchnik, Executive Director Investment Banking de BTG Pactual, sobre las ventajas de invertir en infraestructura.
Estamos viviendo tiempos curiosos. La economía, tanto global como doméstica, está enfrentando uno de los mayores shocks de su historia; la volatilidad y la incertidumbre son altas y al mismo tiempo las tasas de interés están en sus mínimos, en muchos casos, incluso negativas. En este entorno es interesante detenerse a mirar un tipo de activos menos visible y quizás menos ‘sexy’ que otros: la infraestructura.
Pero ¿qué se entiende por infraestructura? La infraestructura son las estructuras básicas esenciales para el funcionamiento de una sociedad. Y hoy con la pandemia, quedan muy en evidencia cuáles son estas estructuras: redes de distribución de agua, electricidad, gas, telecomunicaciones y transporte, entre otras. Estos activos poseen muchas veces características de monopolio ya que tienen importantes economías de escala y/o de ámbito, además de una barrera de entrada importante como es la alta inversión inicial.
Desde el punto de vista financiero, la infraestructura se caracteriza por estar muy poco correlacionada a los ciclos económicos. Son flujos que provienen de concesiones reguladas o contratos de largo plazo tanto con privados como con el Estado, con horizontes de largo plazo o incluso perpetuos. Su valor, entonces, varía relativamente poco con los vaivenes de la economía. En resumen, flujos de caja estables y de largo plazo, con poca correlación a los ciclos y, en general, inmune a los shocks.
Este es un sector que debiese estar muy activo los siguientes años. Se vienen inversiones muy grandes por diversos motivos. Primero está el recambio tecnológico que implicará reemplazar las plantas de generación eléctrica a carbón por capacidad renovable y las redes de telecomunicaciones, que pasarán a ser 5G/fibra, por ejemplo. Segundo, está el hecho que en los países desarrollados hay mucha infraestructura antigua que debe ser actualizada o reemplazada, y en los países emergentes aún queda mucho por hacer para acompañar el crecimiento. En Chile, por ejemplo, si bien hay alta cobertura de servicios básicos, hay un déficit evidente en transporte (el ejemplo más icónico es el aeropuerto de Santiago que ya estará saturado cuando se termine de construir), y además debemos enfrentar desafíos como la sequía, cuya solución pasa largamente por construir plantas desaladoras.
Luego están las bajísimas tasas de interés actuales, que hacen que muchos inversionistas de distinto tipo estén mirando la infraestructura con mucho más apetito por tener retornos más atractivos, incluso al ajustarlos por riesgo. Por arriba, en cambio, uno tendería a asumir que por ser menos riesgoso que el equity típico (“la bolsa”) los retornos son más bajos pero la realidad es que en el largo plazo, este activo ha sido muchas veces más rentable que el mercado accionario en general.
Antiguamente, en el Reino Unido, a las acciones de utilities les decían las «acciones de las viudas y los huérfanos». Hoy, la infraestructura es la versión moderna y ampliada de este concepto. Sus atributos son ideales para inversionistas institucionales de largo plazo como fondos de pensiones, compañías de seguros y fondos soberanos. Pero también es un componente importante del portfolio de un inversionista individual, que balancee índices accionarios, por ejemplo, y muy adecuado para la conservación de patrimonio.
En países como Australia o Canadá donde existen sistemas privados de administración de fondos de pensiones, son justamente estos fondos los dueños de las autopistas, los aeropuertos, los gasoductos o las líneas de transmisión eléctricas. Hoy, en el caso de nuestro país, en medio del debate respecto de pensiones, y teniendo poquísimas alternativas de infraestructura en el mercado accionario local, creo que sería muy bueno que fueran los trabajadores chilenos, a través, por ejemplo, de los multifondos de pensiones que administran las AFPs, dueños de nuestras autopistas o compañías de distribución de agua. Esperemos también que se masifiquen los fondos de inversión públicos en infraestructura. De esa manera, tal como hoy cualquiera puede invertir en rentas comerciales, una persona común y corriente podría invertir en esta clase de activos
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