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Perspectivas económicas

Pablo Cruz, economista jefe de BTG Pactual, analiza las implicancias del aumento de aranceles por parte de EE.UU., su impacto en la economía mundial y local, los efectos sobre variables clave como el PIB, la inflación y las tasas de interés, así como las perspectivas a futuro.

Hace 8 meses

La reciente intensificación de la guerra comercial liderada por Estados Unidos, con el anuncio de alzas unilaterales de aranceles, está reordenando el escenario económico global y elevando la incertidumbre. Se trata de una mala noticia para todo el mundo: perjudica a Estados Unidos, a China y al resto de las economías, y aunque Chile podría quedar relativamente mejor posicionado que otros países, el balance sigue siendo negativo. La combinación de condiciones financieras más estrechas y mayor incertidumbre global apunta a un menor crecimiento mundial en 2025–2026.

En Estados Unidos, el shock arancelario actúa como un golpe de oferta: reduce la actividad y, al mismo tiempo, presiona al alza los precios. Esto llega en un contexto en que la economía venía creciendo con fuerza y el mercado laboral se encontraba cerca del pleno empleo, pero ya se observa una desaceleración relevante del PIB trimestral. La inflación se mantiene por encima de la meta, impulsada por servicios, y las expectativas de largo plazo están menos ancladas, lo que obliga a la Reserva Federal a ser cauta con los recortes de tasa. Al mismo tiempo, el cuadro fiscal luce frágil: mayor riesgo inflacionario, tasas largas más altas y una trayectoria de deuda que se encarece, todo ello en un entorno político volátil.

Para China, los efectos combinan un shock de demanda —por menor apetito de Estados Unidos por sus productos— con un shock de oferta asociado a las represalias arancelarias. El resultado es menos actividad y un balance incierto sobre la inflación. En Chile, en cambio, el impacto se parece más a un shock de demanda: menor crecimiento externo, peores condiciones financieras y deterioro de las expectativas globales se traducen en menos actividad y presiones inflacionarias más contenidas en 2025–2026. Aunque la estructura exportadora está razonablemente diversificada y los bienes primarios compiten menos con manufacturas estadounidenses o chinas, la desaceleración mundial terminará golpeando a sectores específicos, como agroindustria, salmón y parte del complejo forestal.

Hasta antes del giro arancelario de abril, el escenario local mostraba una mejora gradual. Desde octubre del año pasado la actividad venía recuperándose, con señales más constructivas en confianza empresarial y de consumidores, un portafolio relevante de proyectos de inversión en marcha y un ciclo político que favorece una agenda más procrecimiento. Sin embargo, la demanda interna sigue contenida: el consumo privado como porcentaje del PIB está por debajo de sus promedios históricos, la inversión en construcción permanece plana y el mercado laboral se ha estancado, con aumentos de salarios reales explicados en buena medida por ajustes del salario mínimo más que por un dinamismo genuino del empleo. En este contexto, el impacto externo lleva a recortar la proyección de crecimiento para 2025 en torno a 2%, con un sesgo a la baja dependiendo de cómo evolucionen las condiciones globales.

La inflación en Chile ha sido, en gran medida, una historia de shocks de oferta —tarifas eléctricas, costos laborales y depreciación del peso— más que de un exceso de demanda interna. La inflación sin componentes volátiles ya muestra una trayectoria de convergencia hacia la meta, y la debilitación de la actividad refuerza la idea de menores presiones inflacionarias a mediano plazo. La expectativa es que la inflación total cierre el año en torno a 4%, afectada todavía por la normalización tarifaria, pero que converja hacia 3% alrededor de mediados del próximo año. Con una economía más fría y una inflación subyacente mejor comportada, se abre espacio para una política monetaria más expansiva: el escenario apunta a recortes adicionales de la tasa de interés, con una trayectoria que podría llevarla hacia niveles cercanos a su rango neutral en los próximos trimestres.

El tipo de cambio seguirá siendo un termómetro clave de esa incertidumbre. Los modelos sugieren un nivel de equilibrio algo más apreciado que el actual, pero la volatilidad externa, los vaivenes del precio del cobre y los episodios de búsqueda de refugio tienden a empujar al peso hacia niveles más depreciados que los de “texto”. Al mismo tiempo, las cuentas fiscales chilenas muestran una deuda aún manejable en comparación internacional, pero con una dinámica que requiere atención: sin una consolidación creíble, el déficit tendería a estabilizarse en torno a 2% del PIB y la relación deuda/PIB seguiría una trayectoria ascendente. En este marco, Chile combina fortalezas —términos de intercambio todavía favorables, matriz exportadora diversificada, institucionalidad macro sólida— con vulnerabilidades que obligan a una lectura prudente: un país pequeño y abierto, especialmente expuesto a los cambios de humor de la economía global y, hoy, a los costos de una guerra comercial que nadie gana.

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