Esperamos una fuerte contracción de la actividad económica para 2020, con una caída del PIB del 2,4%, pero con una recuperación del 3,8% en 2021.
La propagación mundial del Covid-19 ha causado serios problemas para la economía global, afectando cadenas de producción y canales de distribución, así como una reducción de la demanda global. Los mercados financieros han reaccionado prefiriendo activos de bajo riesgo, con fuertes caídas bursátiles y descensos significativos en las tasas soberanas de las economías desarrolladas. A su vez, las condiciones financieras para las economías emergentes han empeorado, experimentando significativas salidas de capitales, y sus primas de riesgo han aumentado de manera similar a lo visto durante la crisis financiera de 2008-09.
Internamente, la economía enfrenta una parálisis progresiva en la medida que diferentes comunas y ciudades del país entran en cuarentena obligatoria. Por el momento, estas necesarias medidas parecen ser exitosas para aplanar la curva de contagio, aunque conllevan altos costos económicos.
Esta crisis llega en un momento particularmente difícil para la economía local tras el estallido social del 18-O, convirtiéndola en una tormenta perfecta para la economía chilena. Si bien la actividad se recuperó más rápido de lo esperado en el corto plazo, alcanzando niveles previos a la crisis durante febrero, los fundamentos para el crecimiento a mediano plazo continúan mostrando un pobre desempeño: el mercado laboral se ha deteriorado de forma continua, los indicadores de confianza empresarial y de consumidores se mantienen en terreno pesimista y los indicadores de crédito dan cuenta de un crecimiento negativo, y la incertidumbre política asociada al proceso constitucional permanece elevada. En este contexto, esperamos una fuerte contracción de la actividad económica para 2020, con una caída del PIB del 2,4%, pero con una recuperación del 3,8% en 2021.
En momentos como estos, cabe esperar respuestas de política significativas por parte de las autoridades. Por el lado monetario, el Banco Central ha actuado de manera correcta, poniendo sobre la mesa prácticamente toda su artillería monetaria, llevando la TPM a su nivel mínimo y adoptando una serie de medidas para entregar liquidez y permitir el correcto funcionamiento del mercado financiero. Pero estas medidas por si solas no son suficientes para que el crédito fluya al sector real. La naturaleza de esta crisis hace que las empresas se vuelvan mucho más riesgosas debido a la detención repentina de sus flujos de caja, haciéndoles muy difícil acceder a financiamiento. Aquí es donde debe entrar la política fiscal.
La política fiscal debe abordar esta crisis en dos grandes dimensiones. Por un lado, debe encargarse de que la mayor liquidez llegue a las empresas. Por otro, debe preocuparse de que las personas tengan un ingreso que les permita mantenerse en sus casas hasta que la crisis sanitaria sea contenida. Ambas dimensiones han sido correctamente abarcadas en los dos planes que el gobierno ha dado a conocer, comprometiendo recursos por cerca de 7% del PIB para hacer frente a la crisis. No obstante, aún quedan detalles por afinar, como la ayuda comprometida para los trabajadores a honorarios y el rol del fisco con las empresas grandes. ¿Será esto suficiente? Dependerá del rumbo que tome la crisis. La responsabilidad en el manejo de las cuentas fiscales en años previos hizo que nuestro país contara con ahorros para tiempos como estos, les cabe a las autoridades tener la flexibilidad suficiente para profundizar estas medidas de ser necesario.
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